Era aún muy joven cuando subió al trono de un pequeño reino en el “Bosque Milenario de los Nombres Complicados”. Motivado y lleno de energía, se propuso a sí mismo trabajar duro, liderar con el ejemplo y asegurar el bienestar y la prosperidad a su pueblo.
Se convirtió en poco tiempo en un rey admirado y querido, respetado tanto por sus iguales, los duendes del bosque, como por las hadas y elfos de los pueblos vecinos. Era metódico, organizado, diplomático y cordial. Y tenía una presencia y una autoestima que movían montañas.
Se había propuesto con firmeza escuchar a su gente y posibilitarles llevar a cabo sus proyectos. Bajo esa premisa, las ideas y los planes se multiplicaron como hongos. Y justamente de hongos vivía el pueblo de los duendes. Muchos recursos e innovaciones se destinaron por lo tanto a mejorar el cuidado de su cultivo: filtros para que no recibieran más de cuatro rayos de sol por día, plataformas rotatorias para darle a cada hongo sus seis soplidos de aire tibio por semana y un sistema de hidratación controlado, para no pasarse de veinticinco gotitas de pipi de pato por mes —para mencionar algunos ejemplos. El esfuerzo se vio retribuido en ganancias (ya que la calidad de esos hongos era insuperable), lo que aumentó a su vez el compromiso y la motivación de cada ciudadano en particular.
En pocas palabras: a los duendes les iba de primera. Y el rey se sentía satisfecho de ver el avance económico y la reinante tranquilidad social. Llegó a saborear esa linda sensación de realización; pero es normal que, quien alcanza una meta, ya tenga la próxima en vista…
Hay que decir también que este rey era perfeccionista en exceso. Pretendiendo poner más orden a lo que estaba ordenado, llamó un día a un cónclave para ofrecer solución a un asunto que, según él, necesitaba optimización. Le parecía que los nombres de los reinados de la zona eran demasiado largos y difíciles. Para ampliar y facilitar los intercambios comerciales con las naciones de más allá del arroyo, era necesario simplificarlos, cambiarlos por algo que fuese pronunciable en cualquier lengua.
Puntilloso como era, hizo preparar un sistema de códigos re-complejo y estructurado, con cientos de tablas y explicaciones, al que el resto de monarcas dio el visto bueno sin más. Tal era la confianza y el respeto que el joven rey de los duendes se había ganado.
De acuerdo con ese sistema, comenzaba cada nombre con la forma corta del sector donde el pueblo estaba ubicado, es decir, Ko, Ka, Ki, Ke o Ku (que eran las palabras en “bosquífero antiguo” para norte, sur, centro, este y oeste). La primera sigla iba seguida de un guion y éste a su vez, de un código de dos o tres letras derivado de la conversión de las coordinadas geográficas de cada lugar a símbolos químicos. Sofisticadísimo. De esta manera, el “Pueblo de las Hadas de Alas Tornasoladas del Valle de las Orquídeas Color Fresa con Olor a Vainilla y Arándanos”, pasaría a llamarse Ko-ri. Y todos contentos.
—¡Un planteo excelente! —fue el comentario de la mayoría, bajo aplausos y cabeceos de aprobación. Se cerró el cónclave y el equipo de asesores del rey puso manos a la obra, revisando mapas, recalculando y traduciendo coordenadas, para asignar un nombre a cada población a la mayor brevedad posible.
Poco tiempo después, en lugar de expandirse las ventas y aliviárseles a todos la vida, los acontecimientos dieron un vuelco inesperado. A los ciudadanos de “Ka-ka” se les empezó a enturbiar el ánimo. Los de “Ku-lo” comenzaron a hacer negocios sucios. Los de “Ka-si” estaban siempre insatisfechos. Los de “Ke-so” se habían vuelto un poquito inútiles…
Los revolucionarios de “Ke-ma”, “Ki-ta” y “Ka-put” intercedieron con sus métodos poco amistosos para encarrilar a los pueblos en conflicto. Se le fueron al humo los pacifistas de “Ku-ra”, “Ka-tre” y “Ke-rer” y ahí, contradictoriamente, comenzó a ponerse violenta la cosa.
Los de “Ki-zas” quedaron en el medio del lío, sin saber de qué bando formar parte. Los de “Ko-me” aprovecharon el revuelo para reducir considerablemente las reservas de hongos y ponerse bien gorditos. Los de “Ko-rre” buscaron mejor vida en otros horizontes, mientras los de “Ke-jas” no paraban de tirar más leña al fuego, alimentando el caos y la confusión.
Era una suerte contar con las dotes diplomáticas de un buen rey en momentos de tanta tensión. Buscando restablecer las buenas relaciones y promover la calma, inició el rey duende una gira para firmar acuerdos de paz con los vecinos, logrando —no sin esmero y largas conversaciones— aminorar fricciones y recuperar gran parte de la armonía perdida.
Tan importante y valiosa fue su intervención, que cada reino que cruzaba se lo agradecía a viva voz, vitoreando su nombre con orgullo: ¡El Rey de “Ki-en”! ¡El Rey de “Ki-en”! ¡El Rey de “Ki-en”!
Nunca se supo bien por qué, pero al regresar se lo notaba decaído. Se quitó la corona, se la entregó a su asesor de más confianza, cabizbajo, y desapareció para siempre.
Me encantó tiene tu gracia y tu inteligencia !!!!!vamos por mas!!!
Los lei, los releo. cada vez me gustan mas. quiero mas produccion
Es un privilegio ser un invitado a esta cueva donde, en lugar de murciélagos, vuela la imaginación. Espero ansiosa más cuentos tan buenos como los que acabo de leer. Felicitaciones!!!
¡Muchas gracias por pasar a dar una vuelta! Te aviso en cuanto haya más para leer. ¡Muchos saludos!
¡Qué imaginación! Te felicito Marcela, digna hija de su madre. Aún debo leer los otros.
¡Muchas gracias, María del Carmen! Suerte que el “hija de su madre” tenía el “digna” adelante. jajajaja
Un abrazo
Muy lindo cuento. Segui adelante!!!!!! Queremos mas!!! Tus cuentos son muy agradables. Recomiendo leerlos tomando unos mates disfrutando de unosminutos de relax
Me hizo reír mucho los nombres de los pueblos, esta muy bueno